Estoy en el café La maga frente a una escuela de nutrición y psicología, justo es el cambio de turno y aunque hay pocos alumnos por los exámenes, el caos de autos queriendo salir, entrar o simplemente pasar es el mismo de siempre: paso lento entre claxonazos, gritos y mentadas de madre. El ruido y los pocos clientes pero intermitentes .no me dejan concentrar para hacer la tarea del taller de crónica. ¡Oiga! ¿Vende cigarros sueltos? ¿Me presta su encendedor?, ¿y ora porque no tiene pizza? Me salgo al rincón y me comprometo a hacer una crónica de lo que pase por ahí por media hora.
Me siento en la hamaca libreta en mano y se va hasta el suelo, la hamaca por supuesto, desde mañana a dieta rigurosa, cero chelas, cero vodkas. Desde aquí no hay mucho que ver solo las ramas de los 2 arbolitos del rincón, el guayabo que tendrá como 100 años, y la pobre mandarina a la que ya le dieron las chinches en su “mandarina”, no me había fijado que también ya se plagó. Trato de levantarme cuando escucho la conversación de dos chicas de la escuela de enfrente:
- ¿Vamos por unas Chapatas?
- Ay no, pero si ya nos echamos 5 tacos al vapor.
- Ay tu, no le hace, ni que fuéramos de nutrición.
Giro la silla-hamaca, para verlas por la reja, 2 gorditas rozagantes y felices.
Decido quedarme en ese juego de escuchar primero y luego mirar.
-¡Pinche bato apúrate! ¡Chíngate aquél! Es la voz del lavacoches gritándole a su ayudante que es re pasmado. Beto tiene 5 años en ese oficio, antes era mesero de eventos especiales, pero dice que esto le deja más, “por supuesto que organizándose maga, yo no le aflojo, trabajo de 9 de la mañana a 8 de la noche cuando hay luz y de lunes a sábado, este es el mejor jale que he tenido”. Giro mi silla y lo veo pasar casi volando para que no se le vaya el cliente.
-Cómo te fue en el examen guey? -Me hice bolas con las pinches fórmulas, ¿pa’ que queremos aprender esa chingadera si los pinches aparatos ya te dicen todo?
-Pues para cuando se te descomponga el aparato, ya te viera delante de la gorda haciéndote bolas para decirle cuánto porcentaje de grasa tiene.
Las veo pasar, otro par de gorditas.
En el café tenemos la teoría de que las aspirantes a psicólogas están locas y las nutriólogas, gordas y por eso estudian lo que estudian.
Me levanto del casi suelo, con muchos trabajos y entumida, cambio de panorama justo cuando una pareja estacionada delante de mi Chevi está peleándose, bueno no los escucho pero lo parece porque manotean. El hombre arranca en reversa y le pega a mi carro, rápidamente se mueve hacia adelante, en lo que me desatolondro veo que le rompió la parte de adelante, corro a alcanzarlo, le toca el alto, le reclamo, me grita, lo tomo de la mano y trato de quitarle el celular, me tuerce el brazo con la otra mano, y arranca. Me deja temblando.
Me regreso furiosa, apenas toco la salpicadera y se le cae el emblema, como de caricatura. El lavacoches se ríe de mi, el frutero le grita “¡pinche Beto porque no la fuiste a ayudar!”. Me rio yo también.
Me siento en los bancos de la entrada. Mirando como no mirando, bajo la sombra del laurel, realmente es un árbol hermoso, me acaban de avisar que lo van a podar y me punza el vientre de la preocupación, no he comprado las sombrillas. De repente veo que se está moviendo una de las ramas del árbol, más bien como si se deslizara la corteza del árbol hacia arriba, me asombra ver que es un ejercito de chinches caminando en formación, una hilera como de 2 metros de largo por medio de ancho. Avanza rápidamente y al llegar a las ramas secundarias se bifurca, en menos de un minuto se detienen, como si hubieran llegado a su destacamento respectivo.
El toque de recreo y la estampida de alumnos me sacan de mi asombro, hora del agobio. Chin, tendré que buscar otra locación para mi crónica urbana, aquí no pasa nada interesante.
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