Llego de prisa al mostrador, en cuanto me entregan el pase corro hacia la sala, trato de ver la hora pero se le terminó la pila a mi celular. Pregunto al vigilante. Tengo 15 minutos antes de abordar y unos pocos más si entrego el pase. Me relajo un poco en el bar, pido un jakcito en las rocas y un agua mineral, una hora en el taxi y las carreras me dejaron sedienta. Los de la barra han de pensar que soy una alcohólica terminal porque cuando levanto el vaso me tiembla la mano, lo intento con la izquierda y me pasa lo mismo, debí documentar, correr con maleta y la lap me dejaron los brazos como trapo, no solo las manos.
Apuro mis bebidas, ya es la hora. La fila parece interminable. Me doy cuenta de que el asiento es intermedio, una hora o más de martirio me esperan, ruego por que nadie se siente junto a mí.
Subo al avión y mis dos compañeros de viaje ya traen su cinturón puesto. “Perdone, con permiso, gracias”. El de la ventanilla es un enano flaco que se siente pavorreal, con los codos abiertos sobre los descansabrazos no se mueve un solo centímetro, el del pasillo, muy amable, es ancho por naturaleza, me cuesta trabajo sentarme, se da cuenta y se mueve un poquito pero aún así, tengo que cruzar los brazos estirados y ponerlos entre mis piernas para poder encajar en ese mini espacio. Yo también soy un poco ancha.
Al enano le gustan los crucigramas, va contestando como si firmara ostentosamente en cada respuesta, mueve su brazo derecho como aspa de molino y me golpea de vez en vez, yo muy tolerantemente lo voy esquivando. Va tomando cada vez más terreno, no se cómo le hace, ya estoy casi encima de mi otro compañero ¡que tipo tan desfachatado! Dejo mi libro, definitivamente no puedo leer. Necesito espacio para descansar un poco, en cuanto recargo mi frente en el asiento delantero me golpea en la cara, el señor del pasillo se asusta más que yo y lanza un ¡ah! no se si de asombro o de queja para defenderme, la de adelante, ni se inmuta. El gnomo, impávido, aprovechando el espacio extra y mi desconcierto, se arrellana sobre su asiento, lo inclina hacia atrás y abre más los codos para poder leer a sus anchas la revista Vuelo , de repente se levanta enojado y le grita al joven pasajero que está sentado detrás suyo: ¡me has estado molestando todo el camino, ya ponte en paz¡ El chamaco no entiende que está pasando y balbucea algo, como disculpándose. Me entra una rabia pero me contengo. El compañero de vuelo del pobre chamaco se conduele y comienza a conversar con él cortando así las quejas del iracundo pigmeo, que se sienta satisfecho de su valor.
– Así que eres de Tepic, pero, ¿qué estabas haciendo en Veracruz?
– Juego en un equipo. De profesional.
– ¿De futbol? Estás muy alto para ser jugador de futbol, ¿cuánto mides?
– Juego básquet señor, mido 1,95.
Mi compañero de asiento y yo volteamos a ver al duende a ver que cara pone, pero él ,como momia, creo que ambos en el fondo deseamos que bajando del avión le pongan una zarandeada, pero no, con parsimonia pide que le bajen la maleta, y se va muy orondo por el pasillo, regodeándose. Me recuerda al rey del cuento del traje invisible. Este pavo real no es más que un pequeño pajarraco desplumado que va cargando por la vida su autoengaño con orgullo.
viernes, 27 de febrero de 2009
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1 comentario:
Las cosas de los sucesos diarios verdad?, yo a veces pienso, que cada quien le da valor a las cosas de diferente manera y uno, siempre tiene educación, y no se porta igual que los demás, pero eso, nos hace ser nosotros, gracias por compartir.
Ben
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