Por si mis compas del taller de autobiografía me visitan, les dedico esta historia.
Nací en Estados Unidos. Los recuerdos de mi país natal son muy bellos. La casa donde vivíamos era enorme, rodeada de pasto, con arenero, columpios y un perro salchicha negro que nos mordía los talones despacito para demostrarnos su cariño. Mi papá tenía un batimovil blanco y rojo, convertible. Recuerdo las dos banderitas cruzadas en la pared de nuestro cuarto; la gringa y la mexicana, la colección de pistolas, una muñeca negrita, a Petula Clark cantando por el radio de baquelita su canción de moda Downtown y a mi hermana gritando y bailando conmigo en la cocina, I want to hold your hand de los Beatles. Pero lo que más claro tengo es el recuerdo de las casas de mis abuelas.
Nana Darnell, tenía una casa blanquísima, rodeada de pasto, cuando entrabas, tenías que quitarte los zapatos para no manchar la alfombra, por dentro también era blanca, desde los muebles de la sala, del baño, de la cocina y hasta los libros de cuentos que nos leía. Los olores y sabores que más recuerdo son los del brócoli, el pay de queso, el puré de papa. En el jardín trasero tenía una fuente para darle de comer y de beber a la infinidad de pájaros que la visitaban.
El contraste con México, fue impresionante, llegamos a vivir a la enorme casa de mi abuela materna, al barrio más antiguo de la ciudad, calles estrechas, casas de material que al contrario de nuestra antigua casa de madera rodeada de verdes, tenía el jardín adentro, los muros lo arropaban; nada de pasto sino infinidad de macetas en el interior, con plantas de todo tipo, un limonero enorme al centro que daba sombra a toda la casa, y los pájaros enjaulados que sin importarles su condición cantaban igual de lindo que los libertinos de mi Nana Darnell. Una casa llena de barullo, de visitas diarias, de primos y tíos recién descubiertos yendo y viniendo, de besos y abrazos todo el tiempo.
Los olores y sabores mexicanos de la casa de mi Nana Mary nos despertaron los sentidos; las guayabas del patio de mi bisabuela, las tortillas torteadas a mano de Juanita, el de la lechería, el arroz rojo, el orégano de las manitas capeadas, los sopes de Felipa, los limones frescos y hasta el de los echados a perder que caían todo el año.
Mis raíces son híbridas, más por genética que por cultura. Yo no escogí ser mexicana, México me escogió para serlo y aunque no puedo olvidar que por ahí tengo algo de irlandesa, me siento feliz de vivir en este país, de vivir en esta ciudad y de vivir en este tiempo.