lunes, 24 de noviembre de 2008

Yo no nací en una ribera sino en Eco Park

Por si mis compas del taller de autobiografía me visitan, les dedico esta historia.

Nací en Estados Unidos. Los recuerdos de mi país natal son muy bellos. La casa donde vivíamos era enorme, rodeada de pasto, con arenero, columpios y un perro salchicha negro que nos mordía los talones despacito para demostrarnos su cariño. Mi papá tenía un batimovil blanco y rojo, convertible. Recuerdo las dos banderitas cruzadas en la pared de nuestro cuarto; la gringa y la mexicana, la colección de pistolas, una muñeca negrita, a Petula Clark cantando por el radio de baquelita su canción de moda Downtown y a mi hermana gritando y bailando conmigo en la cocina, I want to hold your hand de los Beatles. Pero lo que más claro tengo es el recuerdo de las casas de mis abuelas.

Nana Darnell, tenía una casa blanquísima, rodeada de pasto, cuando entrabas, tenías que quitarte los zapatos para no manchar la alfombra, por dentro también era blanca, desde los muebles de la sala, del baño, de la cocina y hasta los libros de cuentos que nos leía. Los olores y sabores que más recuerdo son los del brócoli, el pay de queso, el puré de papa. En el jardín trasero tenía una fuente para darle de comer y de beber a la infinidad de pájaros que la visitaban.

El contraste con México, fue impresionante, llegamos a vivir a la enorme casa de mi abuela materna, al barrio más antiguo de la ciudad, calles estrechas, casas de material que al contrario de nuestra antigua casa de madera rodeada de verdes, tenía el jardín adentro, los muros lo arropaban; nada de pasto sino infinidad de macetas en el interior, con plantas de todo tipo, un limonero enorme al centro que daba sombra a toda la casa, y los pájaros enjaulados que sin importarles su condición cantaban igual de lindo que los libertinos de mi Nana Darnell. Una casa llena de barullo, de visitas diarias, de primos y tíos recién descubiertos yendo y viniendo, de besos y abrazos todo el tiempo.

Los olores y sabores mexicanos de la casa de mi Nana Mary nos despertaron los sentidos; las guayabas del patio de mi bisabuela, las tortillas torteadas a mano de Juanita, el de la lechería, el arroz rojo, el orégano de las manitas capeadas, los sopes de Felipa, los limones frescos y hasta el de los echados a perder que caían todo el año.

Mis raíces son híbridas, más por genética que por cultura. Yo no escogí ser mexicana, México me escogió para serlo y aunque no puedo olvidar que por ahí tengo algo de irlandesa, me siento feliz de vivir en este país, de vivir en esta ciudad y de vivir en este tiempo.

viernes, 21 de noviembre de 2008

Va un cuentito para retomar el blog

La libélula

Se movía por el amplio salón como si patinara. No, no, más bien caminaba tan rápido que parecía que flotaba, pero al ras del suelo, si, eso es, un fantasma yendo de aquí para allá, buscando sin encontrar, siempre nerviosa, frágil, muy delgadita. Casi todo el tiempo estaba moviéndose pero sin hacer nada. Ximena, así se llamaba.

A mi Hermana y a mi nos gustaba verla a través de los barrotes de la escalera. Comenzábamos desde arriba. Era como mejor se veía, un animalito volando. Bajábamos de poco a poco para verla desde diferentes ángulos, procurábamos que no nos descubriera. A veces sentía nuestra presencia y giraba la cabeza, lo hacía tan rápido que su negra melena se le pegaba al rostro. Sus ojos eran enormes, hermosos, pero cuando se asustaba los abría tanto que parecían de camaleón.

Lo divertido era escondernos antes de que se diera cuenta, eso era un reto. La mayoría de las veces lo lográbamos, pero, cuando nos atrapaba su mirada, nos bajaba la euforia de inmediato, nos daba más pena que temor porque se ponía muy mal. Se paralizaba y se quedaba ahí paradita, llorando, haciendo berrinche, golpeándose los muslos hasta que llegaba papá a calmarla.
No sentíamos celos, solo pena de verla así y bueno un poco de culpa, pero no podíamos evitar espiarla. De las esposas de papá que habían pasado por la casa, esta era la más rara, aunque tenía un encanto especial.

Cuando paraba de correr o más bien de deslizarse, solo podía estar sentada, no podía caminar si no lo hacía rápido. Así tranquila, nos contaba historias de cuando vivía en su casa del lago; de los peces de colores, de los lirios que crecían, de cómo se la pasaba jugando en el campo y nadando en la laguna. Así es como más nos gustaba, se le endulzaba el rostro, sus ojos brillaban y se le ponían de un color azul obscurito cada que recordaba su lago. Aunque eso era en raras ocasiones.

Si no fuera por su nerviosismo hasta la hubiéramos adoptado de mamá.
Por eso, mi hermana y yo decidimos darle de la agüita esa que las duerme; pobre, de todas formas no iba a durar mucho lejos de su laguna. A ver si ahora sí mi papá nos encuentra una mamá normal.